domingo, 1 de enero de 2012

Una triste historia


Después  de tantas peleas y discusiones terminamos lo que teníamos, él se volvió un hombre insensible, sin corazón; ya no escuchaba nada de lo que yo decía, él prefería irse a otros lugares y con otras mujeres, no le interesaba ya mis sentimientos. 
Fue cuando me dí cuenta que estaba embarazada, me había sentido mal últimamente, uno que otro desmayo (que a todo esto creí que era por mi problema de presión)  y dolores abdominales que finalmente me llevaba a solo un lugar: el baño; pero pensaba que era por todo el estrés y conflictos en el que estaba envuelta.
Cuando mi ex pareja se enteró que yo estaba embarazada él sentó cabeza y se dio cuenta de su error (nos amábamos demasiado, eramos amantes de nuestro amor, la verdad no sé que ocurrió). Y ahora lo único que él quería era enmendarse y ser el padre que este hijo merecía, pero yo no creía palabra alguna, mi mente repetía una y otra vez: va a ocurrir lo mismo; mientras mi corazón estaba contento con cada promesa que hacía.
Durante mi embarazo él estuvo presente y fue al cuarto mes cuando me enteré que mi hija lo más probable nacería con una enfermedad, que en realidad no sabía muy bien de que se trataba. Lo único que quería era que naciera rápido para poder librarme de ella. 
Al cabo de meses por fin  pude dar a luz, pero con algunas complicaciones en el trabajo de parto, no quería verla ni sostenerla en mis brazos, tampoco alimentarla; la pequeña criatura (que aún no tenía nombre) estuvo horas sin comer, pero yo estaba firme a no quererla y encariñarme, no quería a una hija enferma, solo quería que se la llevaran lejos de mí. No podía entender porqué el Señor me entregó a una hija enferma si no había pecado, solo era un castigo divino que no comprendía muy bien. 
Pero ahí estaba él, el hombre que me acompañó en mi embarazo, tratando de hacerme entender lo importante que eramos nosotros (él como padre y yo como madre) para nuestra hija, al escucharlo incluso me daba escalofríos, que este era el momento en el cual más nos necesitaba. Tampoco quise mirarlo a los ojos, pero le dije muy tranquila y fríamente: si quieres puedes llevártela, no la quiero, no quiero tener a una hija enferma, llevatela lejos de mí, no la quiero ver. Él no pudo más que observarme y quedarse perplejo por mis palabras y se fue de la habitación gritando que ella era nuestra hija y que iba hacer lo imposible para que yo también la quisiera, aceptándola como es.
Al cabo de una de días me dieron de alta, y volví a la casa, pero lamentablemente tuve que cuidar a la pequeña, buscaba todo tipo de escusas par ano hacerlo y así estuve unos meses hasta que no pude seguir con esto, ella tampoco tenía la culpa de nada, era mi hija, y a pesar de todo, la amo, y amo al hombre maravilloso que es su padre, y que soportó todo este tiempo mi comportamiento absurdo. 
Mi hija se llama Javiera y estoy muy feliz de tenerla a mi lado.

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